Trabajar freelance tiene un poco de estar siempre de vacaciones y nunca realmente tomarlas. Escribo esto desde una casa en las sierras de Córdoba, mientras me tomé unos días, pero realmente no me tomé unos días. Pero ¿qué es tomarse unos días?
El manejo del tiempo es un arte. Por ejemplo, siempre me sorprendió -y muchas veces me enojó- la gente a la cuál le costaba mucho llegar a tiempo a lugares. Tardé años en entender que, en general, no lo hacen realmente a propósito, sino que se trata más bien de una característica personal. Y para trabajar freelance (que es un poco ir y venir con el tiempo) la característica primordial es aprender a administrarlo. Organizarse constantemente. Al menos para alguien como yo, cuya capacidad de concentración siempre ha sido relativamente baja.
Trabajar de manera independiente es poder salir de viaje el jueves para evitar el tráfico del viernes. También es anotarse en cursos en el horario que nadie hace cursos (pronto empiezo uno de 15 a 18 hs, el sueño de mi vida) y, ocasionalmente, ir a un museo el día en que la entrada es gratis. Ser freelance puede abaratar costos. Pero ser freelance también es a veces decir que sí a ciertas reuniones en momentos de descanso, o empezar a pensar cual será el trabajo que sigue. Y ahí surge la duda para quienes somos nuestros jefes: ¿cuándo terminan las vacaciones? ¿el día en que te lo proponés? ¿el día que se vuelve a agarrar un proyecto full time? ¿el día que se abre la computadora? (en mi caso, todos) ¿el día que se vuelve al hogar?
Acá en medio de árboles, amigas que en serio están de vacaciones (nivel no saben qué está pasando donde trabajan) y muchos más libros de los que podría leer en el tiempo que estaré “descansando”, empiezo a desarrollar una idea de que las vacaciones son un estado mental. Quizás es solo mi manera de justificar el chequear mails, decir ok a algunas reuniones y atender ciertos llamados que en teoría no debería contestar. O quizás estoy tirando alguna gran verdad. Lo cierto es que entre mechar trabajo con prender la salamandra o abrir la reposera al sol, mi estado mental general en este momento es más bien vacacional y eso lo puedo comprobar porque hay cosas que suelo hacer mucho más en periodos de descanso, como jugar juegos de mesa.
Me encantan los juegos de mesa (ya hablé un poco de esto en el Sladoled sobre juegos colaborativos) y resulta que mis amigas trajeron un juego que encontraron en la calle que pintaba muy divertido, sobre “escándalos” de la política, el entretenimiento, el deporte, etc. Una suerte de Carrera de Mente de la controversia. Cuando nació este juego, allá por la década del 80, no iba tan bien lo colaborativo, aunque, según las instrucciones, sí era bueno “jugar en parejas pues los hombres saben de política y las mujeres de entretenimiento”. Un par de jugadas luego de comenzar, el juego se convirtió en un compendio de comentarios y trivia tremendamente machista y homofóbica. Un escándalo en sí mismo, del cual entendimos rápidamente por qué había sido descartado en la calle. La verdad, encontrarse con este tipo de cuestiones totalmente anacrónicas está bueno para entender cuánto hemos avanzado desde que consideraba apropiado hacer apología a la violencia de género en la publicidad sin demasiado cuestionamiento. Obvio que, como dijo alguna vez la famosísisima Carolina Zakrajsek, con avances y todo, este es más un momento para meter acelerador que para frenar. Queda mucho por hacer, o si no sigan a Mujeres que no fueron tapa. Ojalá en 30 años podamos reírnos de las cosas tremendas que siguen pasando (no, los 80´s no fueron hace 40 años, estoy segura de que no).
*Entrada originalmente enviada el 20 de agosto de 2021 como newsletter. Ver la versión original sin editar.
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